Hace dos meses desapareció Moisés Sánchez. Se convirtió, desgraciadamente, en el periodista número once que es asesinado durante el gobierno de Javier Duarte en Veracruz. Moy, como le decían, tenía como eje de su trabajo reporteril a los pobres, a los campesinos desposeídos, a los que buscan un terreno para vivir. También escribía de la violencia.
Libro que caía en sus manos, cuenta el reportero en esta biografía postmortem, lo subrayaba y escribía notas al pie sobre sus reflexiones; Psicología, Filosofía, redacción y Derecho eran sus materias favoritas. Hoy sabemos que su padre lo abandonó junto a sus demás hermanos y que por eso se volvió en todo lo contrario: en alguien que buscaba, siempre, proteger a sus cercanos. Antes de La Unión, el periódico que dirigió, elaboró historietas para repartir entre los vecinos de la colonia Centro de Medellín de Bravo. Era un panfleto para los locatarios del mercado Malibrán.
Esta es la historia de un periodista más caído en un país donde la muerte es tema del cotidiano…
Por Ignacio Carvajal, especial para SinEmbargo
Medellín de Bravo, 3 de marzo (SinEmbargo/Blog Expediente).– Moisés Sánchez Cerezo, el último periodista asesinado en la presente administración estatal, solía pasar largas horas bajo la sombra de un árbol de mango. Se sentaba en una sillita o tendía la hamaca y se hacía acompañar de un montón de libros. Si no estaba bajo el frutal, leía en su cuarto o en una mesita dentro de casa. Eran lecturas sobre Derecho, Historia, Filosofía, Publicidad y Sicología. Esos libros, sus primeras cámaras fotográficas y el último par de zapatos quedaron entre los bienes que el reportero dejó a sus seres queridos.
María Ordóñez Gómez, la esposa, relata que Moy compró esos libros en sus años mozos, cuando era empleado del sistema de correos y casi todos los consiguió mediante mensajería. Fue así como estudió un curso de Derecho del cual sólo le faltó el título; también uno de artes marciales y llegó a conseguir varias cintas y sus distintos colores. «Tenía hasta unos chacos que los sabía usar muy bien», cuenta su hijo, Jorge Sánchez Ordóñez.
Y entre esos libros no podían faltar de lectura y redacción, periodismo y elementos básicos sobre medios de comunicación. Los libros mencionados en el primer párrafo, todos, muestran párrafos, páginas enteras, subrayadas. Huellas de que fueron encontrados, leídos y releídos quien sabe cuántas veces.
Pero los relacionados a la escritura y la comunicación, son los que tienen más marcas de plumón, pluma roja y azul. Hay anotaciones al pie de página en donde se resumen o dejan ideas que posteriormente serían buscadas para consolidar una reflexión más allá del simple estudio. Moy por cuenta propia construyó su aprendizaje y la aplicación de los conocimientos.
«También le gustaba mucho comprar el periódico, lo leía todo, completo, y sabía como se había hecho esa nota, te decía esto se hace así y así. El reportero lo escribió de esta y otra manera», relata Jorge Sánchez.
Esos libros fueron sus guías durante años y de ellos aprendió como Gabriel García Márquez y Ernest Hemingway, periodistas empíricos, con la finalidad de prepararse para montar primero, un semanario el cual llamó La Unión y después un blog del mismo nombre. Moisés Sánchez nunca pisó una facultad ni de Derecho ni de periodismo. Únicamente estudió hasta la preparatoria mientras trabajaba; su padre lo abandonó a él y a seis hermanos más cuando pasaba de la niñez a la adolescencia.
Esos no fueron obstáculos para que Moisés Sánchez perdiera sus aspiraciones profesionales. Después de vivir un tiempo en la ciudad, la búsqueda de un terreno para edificar vivienda para su familia, lo llevó a Medellín de Bravo antes de cumplir 25 años. A esa edad ya había experimentado creando un órgano informativo para los locatarios del mercado Malibrán, en donde su madre, Ofelia Cerezo, poseía un puesto de verduras. Moisés se metió a trabajar de carretillero, una de las categorías más bajas en el mercado, y desde allí soñó con mejoras para sus compañeros y un medio de comunicación para exponer sus reclamos.
Antes de La Unión, Sánchez Cerezo elaboró trípticos con ideas originales, críticas al gobierno y a la sociedad por no pensar en la utilidad del voto en las elecciones. Esos documentos los hacía a mano; los ilustraba con dibujos que él mismo hacía. A las hojas les sacaba copias y los repartía entre vecinos de la colonia Centro, en los tiempos que vivía allí con su madre y hermanos.
Al mudarse a Medellín de Bravo, Moisés Sánchez se topó con una realidad diametralmente distinta a la del centro de Veracruz. Pobreza en cada rincón, un municipio rico, con un amplio potencial económico, con recursos naturales sin explotar o mal llevados y cientos de hijos pobres que conformaron las primeras camadas de migrantes rumbo a los Estados Unidos en busca de oportunidades.
EN LA LÍNEA DE FUEGO
Sin una carrera profesional, con los estudios mínimos pero con una gran vocación social, Moisés Sánchez se metió en una suerte de apostolado social para prepararse por su cuenta, reflexionar y emprender numerosas batallas de lucha social para mejorar el entorno de El Tejar -donde fue secuestrado por un comando armado el dos de enero- y además, sostener una familia ejerciendo diversos oficios, desde taxista y comerciante.
Con los niveles de desarrollo más bajos de la conurbación Veracruz-Boca del Río, el vecino Medellín de Bravo comenzó a sentir el declive de la agricultura como actividad primaria para sostener a su población. A mediados de los 90’s Los dueños de fincas de mangos -durante años fue el productor número uno en Veracruz de la variedad manila y anualmente se celebra la Feria del Mango- preferían echarlas abajo, de raíz, para montar cuadros de pelota para alquilarlos a las ligas locales de fútbol, clubes campestres o para el negocio inmobiliario.
Medellín también enfrentó una debacle de proporciones catastrófica con el relleno de humedales alentado por ejidatarios que cambiaban el uso de suelo de sus tierras para venderlas a fraccionadores. Hasta antes de la última década del siglo pasado, los manglares de Arroyo Moreno cubrían más de 3 mil hectáreas en una convergencia geográfica con Veracruz, Boca del Río y Medellín, ésta última era la más amplia; actualmente son unas 800. Primero en 2004, con el huracán Stan, y después en 2010 con Karl, la zona de nuevos fraccionamientos de ese municipio se convirtió en el mayor generador de damnificados por inundaciones que repercutieron a un más en la economía local.
Hasta allí, el entorno social de Moisés Sánchez se ajustaba a denunciar las ausencias del Estado en política de desarrollo social, pero con el arribo de Fidel Herrera Beltrán al gobierno de Veracruz en las elecciones de 2004, la delincuencia organizada incrementó notoriamente sus actividades en colonias de Veracruz y Boca, además en las localidades de Medellín de Bravo. El cártel criminal de Los Zetas se adueñó de los tres municipios ejerciendo el secuestro, el cobro de derecho de piso, venta de drogas al menudeo, de piratería y el trasiego de combustible robado a Pemex.
En 2011, después de un segundo intento, el Cártel de Sinaloa apoyó al Cártel de Jalisco Nueva Generación, y al grupo de exterminio Los Matazetas, para tomar la conurbación. Su entrada triunfal la hicieron en noviembre de ese año lanzando más de 30 cadáveres de personas asesinadas y torturadas frente a una plaza comercial. El miedo se trasladó a todos los grupos delincuenciales al amparo de Los Zetas y también se sentó un precedente en medios de comunicación que comenzaron a autocensurarse en temas vinculados a la delincuencia.
En medio de todo eso, docenas de halcones, vendedores de droga al menudeo y personas que tenían algún papel en la estructura de Los Zetas prefirieron desertar antes de trabajar para otro cártel o dejarse reclutar por la fuerza, pero no dejaron sus actividades ilegales, por lo cual se incrementaron los asaltos a mano armada, robo en casa habitación, de auto y atracos a taxistas. Y más ante el fracaso del gobierno de Javier Duarte de Ochoa para crear fuentes de empleo estables y con salarios decorosos; aunado el fracaso de su política de readaptación social para los otros montones de personas que fueron encarcelados durante la guerra contra el narco de Felipe Calderón y que salieron de las cárceles veracruzanas con más conocimientos sobre el hampa y un estado saqueado por el grupo político hegemónico desde hace 10 años.
En ese contexto, los periodistas veracruzanos quedaron entrampados entre la autosensura y el poco respaldo en sus medios de comunicación para hacer frente a esas amenazas y que a la fecha ha cobrado la vida de 11 reporteros en el estado.
Moisés Sánchez Cerezo, aunque no trabajó nunca para una empresa informativa, vio morir gente a manos de delincuentes comunes, se percató y lloró por el asesinato de un bebé de meses de nacido a manos de un par de infractores que quince días antes habían sido detenidos por otros delitos graves pero fueron dejados en libertad por la incompetencia del Ministerio Público; sufrió por las docenas de quejas de vecinos a los que les saqueaban la casa y sus pertenencias podían encontrarse en venta en las casas de empeño de la esquina; padeció porque los esfuerzos vecinales por autodefenderse eran minimizados por el gobierno o silenciados por emisarios del mundo sórdido, y ante ese escenario conjuntó el periodismo callejero con el activismo social que finalmente le costaron la vida.
LA PRIMER PROTESTA
La casa que habitaba Moisés Sánchez con su familia en la colonia Gutiérrez Rosas es el primer producto de su lucha social. A finales de los 90’s, cuenta su esposa, María Ordóñez, rentada en la calle Pino Suárez, cerca de la de su madre, en la colonia Centro. Se enteraron del arribo de familias de escasos recursos para colonizar un predio llamado Villa de Guadalupe, en El Tejar. Un trozo de tierra que los ejidatarios presuntamente habían dejado de cultivar y por las leyes agrarias de antaño, el gobierno lo había expropiado.
«La fiebre de los terrrenos» hizo que numerosas personas de los estratos más bajos de Veracruz y Boca del Río llegaran a buscar una oportunidad en esos predios llenos de marismas y zarzas. Cuando se dieron cuenta las autoridades y los ejidatarios, ya eran muchos «invasores» y eso despertó la codicia en algunos grupos que vendieron y revendieron espacios, generando un conflicto social y legal.
«Nos comenzaron a hostigar, a echarnos a la policía para que nos saliéramos, en algunos casos vino maquinaria y deshicieron las viviendas humildes», contó María Esther Molina Tello, de 54 años, amiga y vecina de la familia de Moisés Sánchez.
Él no tuvo la idea de ir a protestar a Xalapa, pero sí participó activamente en el movimiento para plantarse en Plaza Lerdo durante más de una semana, así lo reseñan dos notas periodísticas en el archivo personal que dejó Moisés Sánchez, una publicada en el diario El Dictamen, el 13 de mayo de 1991; y otra más amplia desplegada en páginas centrales del extinto semanario Testimonio, del 13 de mayo de 1990.
«Los colonos exigieron aquí (frente al palacio de gobierno) la reinstalación de 149 personas que fueron desalojadas de sus terrenos el pasado jueves, a la vez que exigieron garantías con respeto a la posesión de 350 lotes que les fueron vendidos por los ejidatario del lugar».
Los inconformes -entre ellos Moisés Sánchez- habían sido blanco de un fraude por parte del ejido, pues cuatro años antes participaron en asambleas y firmaron documentos y minutas en donde acordaron la venta de los lotes y «es extraño que ahora -dijo el dirigente mostrando documentos con sellos del ejido aceptando la venta- nos quieran quitar lo que nos corresponde».
También reclamaron porque que días antes los elementos de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) los habían desalojado, lo que «es totalmente ilegal, razón por la cual advirtieron que van a responder con todos los medios a su alcance, en caso de que intenten nuevamente desalojarlos».
En el informe de Testimonio -con la mima línea editorial que Semanario Alarma– se muestran diversas fotos de los colonos de Medellín en el piquete en la Plaza Lerdo: “HAY NANITA, RETORNA LA VIOLENCIA A EL TEJAR”.
En las mantas de los inconformes se leen mensajes al gobierno, «cumplan con las leyes artículo 21 y 12», «justicia y cárcel para R. Flores», «pedimos del gobierno solidaridad», «La manifestación de ideas nos hace objeto de un inquisidor».
Entre los inconformes, menudo, con una camisa a cuadros, el peinado descuidado, se ve a Moisés Sánchez mientras sostiene un pendón.
El plantón duró varios días, recuerda María Esther Molina Tello. Después de esas protestas se tuvieron que lanzar otras porque el gobierno en lugar de apresar a los ejidatarios fraudulentos, ligados al PRI, echó guante a los cabecillas del movimiento de colonos. Se tuvo que pedir cooperación entre los compañeros y protestar para liberarlos.
El conflicto se acabó al paso de unos dos años de lucha constante con la reubicación de las familias a la hoy colonia Guiérrez Rosas, «cuando nos mandaron para acá, eran unos lodazales tremendos, yo tenía que poner tabiques en mi entrada para no irme a la rodilla de lodo, había moscos y mucha oscuridad», dice la vecina.
Después de ese pleito, vino el habilitar ese trozo de tierra pantanosa, cubierta de monte y árboles, en un suelo digno para alzar viviendas. Las primeras 350 familias pioneras en la Gutiérrez Rosas hoy son más del triple, y recuerdan muy bien el papel activo de Moisés Sánchez para conformar los comités vecinales con los que se exigía a las autoridades los servicios básicos. Han pasado más de 20 años de la conformación de la colonia y apenas se iba por la pavimentación de algunas calles y la introducción de una red de drenaje.
En la casa de Moisés Sánchez, por ejemplo, desde hace años opera un pozo artesanal que él y los colonos construyeron para contar con agua. De allí se surtieron varios años mientras llegaba la red de abasto, algo irónico, pues en ese pueblo opera, desde los tiempos de Porfirio Díaz, la planta potabilizadora que extrae agua del Río Jamapa y la distribuye entre Veracruz, Boca del Río, y una parte mínima al municipio de origen, Medellín de Bravo.
OFICIOS Y LUCHA
Taquero, vendedor de verduras de pueblo en pueblo, en puesto fijo, voceador de periódicos, albañil, chofer, taxista, carnicero, repartidor de correspondencia fiscal, cartero, cargador, carretillero… son sólo algunos de los oficios que Moisés Sánchez ejerció.
Con sus conocimientos en albañilería, obtenidos en la niñez y parte de la juventud -etapas en las que tuvo que trabajar- pudo levantar su casa de material con sur propias manos.
«Si te das cuenta, algunas líneas de ladrillos y pilares se ven un poco disparejas, es porque él las hizo, le falló un poco», relata Juan Carlos Sánchez, hermano menor de seis que tuvo Moisés Sánchez.
La primera planta es de los años 90’s, cuando tenía poco tiempo de haber arribado a la colonia. En algunas fotos del álbum familiar se aprecia a un ser desgarbado, moreno quemado, cabello hirsuto y ataviado; en pantalón arremangado mientras ataca una pila de material con una pala.
Se trata de una casa fuerte, toda de material, en la segunda planta se mira obra negra, pero firme y de cimientos consolidados. En la parte de arriba es donde se encuentra la pieza de la cual fue sustraído por la fuerza el dos de enero, la puerta echada abajo con violencia. Sin ventanas, repello y pintura. Es un armazón de hormigón y cemento.
Si Moisés Sánchez marchó al otro mundo con algún pendiente, fue ese, vestir otra vez el traje de albañil y dar los últimos acabados a su morada, piensa Jorge Sánchez.
Pero si algún oficio disfrutó y le sirvió a Moisés Sánchez para su trabajo como informador comunitario fue el de vendedor de verduras de pueblo en pueblo. «Se hizo de una camionetita vieja, hace muchos años, y con esa se iba a comprar de madrugada al Malibrán y por la mañana se lanzaba a vender a los pueblos.
En esos lugares conocía personas que tenían problemas sociales peores a los de sus vecinos. Pueblos en donde el ganado se moría en los meses de abril y mayo por la falta de pasto y la sequía, aunado a los pocos apoyos del gobierno; la creciente legión de mujeres que asumían el papel de padre y madre ante la partida del esposo, ya fuera por migrar a buscar mejores oportunidades o por abandono; campesinos que tenían que llevar sus productos a malbaratar a las calles de Veracruz y Boca del Río; habitantes de pueblos alejados de la cabecera en donde cada año el río Jamapa, con sus crecientes, arrasaba con animales de corral, cultivos y casas; caminos dañados y ejidatarios dolidos por el abandono gubernamental.
Todas esas personas, sabía Moisés Sánchez, no contaban con una voz ante el gobierno, un jefe de prensa, un reportero, que contara sus días, sus penurias y alegrías. Fue arriba de esa camioneta desvencijada en donde se fue incubando la idea por fundar un periódico de nombre simbólico, una necesidad para esos rumbos: Unión.
Años antes, en la juventud, ya había probado con la creación de un órgano informativo para los locatarios y trabajadores del Mercado Malibrán, en donde él trabajaba como carretillero y cargador, cuenta su hermano mayor, Elías Sánchez.
Moisés Sánchez llegó al Malibrán jalado por su madre, Ofelia Cerezo. «Ella tenía un puesto de venta de verduras allí adentro y mi hermano a veces la ayudaba, como era de los que más trabajaban en la casa, yo fui el primero en casarme e independizarme, Moisés tomó un papel más activo con el gasto del hogar y los otros hermanos chicos», refirió Elías.
De pronto un día, Moisés Sánchez se dio cuenta de que los carretilleros eran el sector más dolido en ese círculo comercial de revendedores, tenderos, abarroteros, comerciantes y cargadores que incluso tenían sueldo; los carretilleros, sólo propinas.
Se organizó con sus compañeros carretilleros y les entregó copias de la Ley Federal del Trabajo, de tratados internacionales en donde se hablaba sobre los oficios, su importancia y los derechos que tenían, y eso los llevó a fundar la primer Unión de Carretilleros del Mercado Malibrán.
Fue en esos tiempos «cuando creó un periquito para los trabajadores del mercado, allí les daba voz y les ponía las obligaciones de los patrones y las de ellos. Se citaban artículos y leyes y se hablaba de las problemáticas del mercado y les decía siempre que había que estar unidos», relata Jorge Sánchez, a quien su padre le contó sobre ese capítulo de su vida; Elías Sánchez también coincide con esa versión.
Sánchez editaba ese órgano informativo de manera irregular, sólo cuando se lo permitía el tiempo y el dinero para comprar las hojas y hacer la edición en máquina de escribir mecánica, las doblaba y les sacaba copias para repartirlas.
Antes de casarse, con unos 17 años, recuerda Juan Carlos Sánchez, Moisés era cartero y también lo alternaba con la entrega de correspondencia fiscal y avisos de hacienda federal. En ese entonces, él lo ayudaba, y en una ocasión lo descubrió elaborando dibujos en una hoja que después dobló como un tríptico para repartirlos entre los vecinos de la calle Pino Suárez, de la colonia Centro de la ciudad de Veracruz. Allí vivían con su madre.
«Me enseñó que él hacía esas como que historietitas, con dibujos porque así la gente ‘se interesaba más y se ponía a leerlos y se enteraba’, les ponía mensajes ‘yo voy a votar por quien me dé una torta y un refresco’ o cosas así de política».
El hermano de Moisés no recuerda el contenido de esos documentos, pero sí que eran elaborados a mano, con pluma y lápiz, en una época cuando las computadoras eran objetos con muy alto valor, inalcanzables para un joven de 17 años.
No recuerda el hermano cuantas veces Moisés Sánchez repartió ese panfleto, lo que sí es que esos fueron sus verdaderos inicios en el mundo de las letras y la comunicación.
«Mi papá una vez me enseñó un cajón en donde tenía esos papeles y sí, estaban hechos a mano, con puros dibujitos. Yo guardo uno, muy chiquito, como una postal, que es de los primeros números de La Unión, se mira a unas personas, dibujadas a lápiz, subiendo, tomadas de la mano una pendiente, y ellos con sus cuerpos forman unas escaleras, y se lee ‘Unión'».
Una técnica similar se aprecia en los primeros números que Moisés Sánchez editó como La Unión. Hojas tamaño carta dobladas por mitad.
La familia conserva algunos de esos ejemplares, y en la portada de uno se mira, pegada, la fotografía de una calle de El Tejar. Fue tomada por Moisés en una técnica rudimentaria pero que trasmite el paisaje desolado producto de políticas gubernamentales mal aplicadas, niños que caminan en medio de charcos, mal vestidos, sucios, camino a la escuela, quizá. En portada, una carta al alcalde de esos tiempos, en 2001, Emilio Ramírez Quevedo, enviada por Rafael Vera Domínguez, del diario local «El Tejareño»:
«Recibe una felicitación de este humilde vocero del pueblo, nos ponemos a tus órdenes (…) elogiaremos tus buenas acciones como gobierno, pero también te pedimos escuches el sentir de tu pueblo y hagas oídos sordos a quienes por obtener un beneficio te elogien».
En la editorial de ese número, escrita por Moisés Sánchez, se lee: «Con nuevos bríos comenzamos el 2001 llenos de ilusiones y deseos de trabajar por el bien de nuestro querido pueblo, hemos observado que diferentes grupos de ciudadanos desean organizarse para buscar mejoras de nuestras comunidades».
Y de inmediato habla sobre el fondo 033, «un recurso que aporta el gobierno federal a los municipios para infraestructura y combate a la pobreza», y expone en ese entonces la necesidad de comités ciudadanos que vigilen el gasto para evitar sea mal manejado por gobernantes y constructores. Algo que ya opera incluso a nivel federal como contralorías ciudadanas.
En ese año, todo esto lo reflexionaba y recababa Moisés Sánchez desde su puesto de verduras que montó en El Tejar; incluso, en ese antiguo diario aparece un anuncio de ese negocio: «Frutas y Verduras El Tejar».
Con el de taxista, el de comerciante fue uno de los oficios que más alternó Moisés con su labor de periodista de a pie.
Por eso indignó a Moisés Sánchez el homicidio de Silverio Moreno García, el 14 de diciembre de 2014. Como él, era comerciante de verduras y abarrotes. Lo mataron por robarle el dinero de las ventas y su camioneta. Apenas se enfriaba el cuerpo de la víctima en el patio de su casa, donde fueron los hechos, y Moisés Sánchez ya estaba organizando a los vecinos de la colonia para armar autodefensas. El gobierno de Veracruz y la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) reaccionaron negando la presencia de autodefensas en Medellín de Bravo, pero conforme pasaba diciembre, los patrullajes incrementaban en las noches y la comitiva subía a redes sociales los videos captados por Moisés Sánchez desde la clandestinidad, en donde se reseñaba cómo la gente se cuidaba por su cuenta ante la incompetencia de la autoridades.
Tras el secuestro del periodista, casi un mes después del homicidio del comerciante, el gobierno sintió la presión por ese y otros casos y fueron detenidas dos personas que ya están en proceso por el homicidio del verdulero.
EL POLÍTICO
Raro era que apoyara a algún político, cuenta su esposa María Ordóñez. Lo mismo piensa su hijo, Jorge Sánchez. Moisés se resistía a alzarle la mano a algún candidato; sin embargo, la juventud y la aparente fachada de honestidad de Omar Cruz lo sedujeron, un caso extraordinario.
Empresario, sin trayectoria, «ni cola que le pisen, él vio en Omar a una buena persona, que sí quería trabajar por Medellín, pero después se equivocó», relata Jorge Sánchez.
Moisés recorrió buena parte del municipio apoyando a Omar Cruz, al que ahora señalan de ser su verdugo.
La hizo de orador en varios actos ante campesinos y ciudadanos. El panista, al ver el compromiso del periodista, le prometió la jefatura de prensa nomás fuera nombrado alcalde. Es más, todas las direcciones y puestos de importancia serían para nacidos en Medellín de Bravo (59 mil habitantes), esa promesa fue la que enganchó a Moisés Sánchez pues por años había visto pasar administraciones municipales en las que los alcaldes menospreciaban a los profesionistas de Medellín para traer a jarochos o boqueños (nacidos en Boca del Río) para los puestos clave, si acaso dejaban direcciones como Desarrollo Agropecuario, Ganadería y el DIF para los medellinenses.
«A Moy lo buscaban mucho los políticos del pueblo para preguntarle cómo veía las elecciones, a los candidatos, hasta para hablar sobre los agentes municipales, sabían que era analítico», cuenta Jorge Sánchez.
«Es decir, no era una persona que se dejara llevar por los sentimientos, como tenía tanta cultura general, y siempre leía de todo, sabía decirte quién podía ganar las elecciones, y sobre todo por qué».
«Una vez Rubén Darío Lagunes (PRI) le dijo ‘tú eres el único que me dijo que iba a ganar, Moy, y mira, le atinaste'». Incluso, cuando todos pensaban que el antecesor de Omar Cruz, Marcos Isleño Andrade (PRI), sería derrotado por el desastre de la administración de Rubén Darío -explica Jorge- Moisés decía que iba a ganar el PRI y la gente decía que no, que estaba loco, que iba a perder, y feo; pero Moisés no se equivocó.
Ya distanciado de Omar Cruz, al ver que no le dio la jefatura de prensa ni contrató a gente del pueblo para las direcciones, a inicios del 2014 Moisés Sánchez se metió a la contienda para agente municipal por El Tejar. La campaña duró unas cuantas semanas y el periodista no gastó mucho dinero porque no tenía; pero «Omar (Cruz) gasta nuestro dinero en un carro alegórico de un millón de pesos, mientras que El Tejar está en la oscuridad sin alumbrado, las calles están en el olvido y la seguridad ni te digo» publicó la versión en línea de La Unión al reseñar los tercios de la campaña y evidenciar los abusos del alcalde panista. «No me importa el dinero que me tenga que gastar, no serás agente municipal, Moisés», asentó el periodista en una nota informativa de esos días sobre un encuentro con Omar Cruz.
«El día de las votaciones, mi papá llegó convencido de que iba a hacer un buen papel, de que no ganaría, pero le gustaba la idea de participar por primera vez en algo que durante años se pasó analizando. Cuando dieron los resultados, el candidato del alcalde y el ganador se autoproclamaron vencedores, mi papá aceptó su tercer lugar con madurez, en cambio los otros finalistas se acusaban mutuamente de fraude y robo, de acarreo de gente y de usar recursos públicos».
En el tintero de Moisés Sánchez se quedaron propuestas como la de montar una estación de bomberos voluntarios pues en el municipio, pese al alto nivel de población, no hay cuartel ni destacamento de la Cruz Roja. Al finado le podía en el orgullo que la localidad más representativa de Medellín, El Tejar, careciera de infraestructura básica y siempre estaban dependiendo de Veracruz y Boca del Río; también propuso gestionar drenaje, internet libre para las escuelas y consolidar una red de profesionistas para ofrecerles fuentes de trabajo en el municipio.
MOY, EL HOMBRE
Moisés Sánchez Cerezo y María Ordóñez se conocieron en la preparatoria Andrés Montes, del puerto de Veracruz. Cursaban los 16 años e inició el amor que años después los llevó a formar el matrimonio del que nació Jorge Sánchez Ordóñez, quien ha prometido seguir los pasos de su papá y no dejar morir el proyecto de La Unión.
Sólo pudieron tener un hijo, aunque Moisés quería más, cuenta su esposa. Es por ello que en los últimos años con vida volcó todo su amor sobre los dos nietos hijos de Jorge.
Le molestaban las injusticias, lo ponían de malas, pero una buena comida con mariscos, le hacían la vida. «No tomaba vacaciones nunca, solo cuando se enfermaba se pasaba unos tres o cuatro días descansando o cuando iban al pueblo de mi mamá. Dormía poco, siempre andaba ocupado con el taxi, el diario y las protestas, podía ir gente a buscarlo a toda hora para preguntarle algo o invitarlo a protestar, pero se las ingeniaba para pasar tiempo con nosotros, sobre todo con los dos nietos niños», cuenta Jorge Sánchez.
«Una vez me llevó al cine por primera vez a ver Las Tortugas Ninja (A Moy le atraía uno de los personajes d, Abril Oniel, la reportera que se sumergía alcantarillas y canales de aguas negras para encontrar a los quelonios irreales y noticiosos). Me compró una playera de las Tortugas Ninja y un tren de juguete que daba vueltas y tenía luces, yo lo presumía con los otros niños… son las mejores cosas que recuerdo de él cuando niño», dice Jorge Sánchez.
En medio del trafago diario, Moisés Sánchez siempre trataba de ser el mejor padre, el mejor esposo, el mejor suegro y el mejor abuelo, pues a él se lo quedaron a deber. Su papá, cuando él era niño, y algunos de sus hermanos aún no caminaban, los abandonó para irse a formar otra familia.
«Mi hermano prácticamente se tuvo que hacer cargo de nosotros, de unos tres hermanos, pues los otros ya eran grandes, estaban casados e independientes -cuenta Carlos Sánchez- y sufrió mucho por ese lado, pues ayudaba a mi mamá en su puesto en el Malibrán. En mi caso recuerdo que no me tocó mucho, él, Moy, tuvo que asumir lo que dejó ese señor abandonado.
Carlos Sánchez se reconoce rencoroso y de carácter «caliente». A la distancia de los años, no perdona a su papá, pero cuenta que Moisés asumió el dolor de la pérdida y la falta de apoyo y perdonó para no trasmitir ese daño a su único hijo, Jorge.
«Yo lo corrí del funeral de mamá (sufrió una caída que le deterioró la salud paulatinamente), ¿para qué fue?, le reclamé y le pedí que se largara», recuerda Carlos Sánchez. En el cambio de tono de voz no oculta su molestia. En cambio, Moisés Sánchez permitía la convivencia de su padre con su único hijo, Jorge.
«Me cuentan que (mi abuelo) a veces me traía regalos, juguetes, y me iba a ver a la casa en Medellín, mi papá nunca me dijo nada malo de mi abuelo, pero mis tíos me contaron que en sus tiempo, contaba con placas de taxi, y en esos años, tener un taxi era señal de prosperidad y que le iba bien, y ni por eso les echó la mano después del abandono», retoma Jorge Sánchez:
«A mi padre sí lo marcó mi abuelo, él a veces venía y nos decía que nos daría borregos o nos daría esto o lo otro, mi papá solo lo escuchaba y se callaba».
Carlos rememora que si alguien tuvo privaciones en la niñez y juventud, «fue mi hermano Moy, pues se tuvo que poner a trabajar muy chavo para sacarme adelante a mí, a otros hermanos y apoyar mamá en un puesto de verduras en el mercado El Malibrán.
«Solo una vez el señor [el padre de Moy] vino a casa y presumió el éxito de uno de sus hijos con la familia nueva, que le iba muy bien, que viajaba mucho y le daba lo mejor a los suyos y Moisés le reprochó que estaba bien, le daba gusto que como padre se sintiera orgullo, pero no era justo que presumiera así, y en su casa, cuando a él y a sus hermanos los había privado de oportunidades con su abandono», recuerda María Ordóñez.
A la fecha, se desconoce el paradero de Juan Sánchez. Ni si quiera se apareció en el funeral de su hijo. Lo último que supieron es que vivía en Minatitlán.
Al parecer, Moisés Sánchez no congeniaba con las religiones, pero les tenía respeto y creía en la salvación del alma por medio de la oración.
«Mi madre desde niños nos inculcó la fe en Cristo Jesús (cristianos) para alejarnos de vicios y tenernos en el camino correcto. Yo no tomo, ni mis hermanos, Moy nunca supe que lo hiciera alguna vez. En las fiestas sólo bebemos refresco, lo mismo en fin de año y navidad», dice Carlos Sánchez.
Sin embargo, la esposa de Moisés relata que cuando ellos iban a algún servicio o culto, su esposo prefería quedarse afuera y escuchar a distancia prudente.
«Mi padre había leído toda La Biblia y sabía cosas muy puntuales, versículos, pasajes. La interpretaba… cuando pasaban los testigos de Jehová a la casa, a él le gustaba platicar con ellos, le leían La Biblia pensando que era ignorante, y él les rebatía, ‘oye, pero tú dices esto, y en tal parte, tal versículo, dice esto otro, ¿qué pasa, pues?’, y así se los traía».
Los intentos de evangelizar a Moisés Sánchez siempre fracasaban por parte de los personajes de domingo por la mañana tocando a la puerta; no era raro que los profetas, cuando se sentían superados, mandaran traer al pastor, al anciano o a otra persona más instruida para derrumbar los argumentos del taxista-periodista-activista. Se incrementaba la polémica pero Moisés no cambiaba de postura.
«Cuando él era adolescente, estuvo un tiempo en Coahuila, en un seminario de fe cristiana, para estudiar para pastor», comenta Carlos Sánchez. Nadie más de la familia recuerda este detalle en la vida de Moisés Sánchez, pero coinciden en que sabía mucho de La Biblia. María Ordóñez dice que si Carlos lo cuenta debe ser verdad, pues ambos eran muy cercanos. «A mí hermano luego le hacían burla, le decían ‘el padrecito’ por eso del seminario.
Cuando la familia iba a de fiesta -celebraciones cristianas-, Moisés se sentaba por un lado y pasaba largas horas platicando con los hermanos no solo sobre Dios, también de política, economía y el entorno social del pueblo. «Siempre tenía a la gente allí escuchándolo, pero mucho es porque él también escuchaba mucho y daba consejos sobre como ser mejores seres humanos», dice la esposa, quien recuerda que su esposo leía bastante sobre comportamiento humano. Hasta antes de morir, Moisés poseía numerosos libros de sicología y diversas ramas de la sociología. Los leía una y otra vez. No hay libro de Moy que no muestre párrafos subrayados.
Y así, en la biografía de Moisés Sánchez, contada por sus allegados, se habla de gestiones para mejorar una calle, hacer un pozo, tapar baches, pedir carreteras dignas, traer agrónomos para brindar asesoría sobre cómo cuidar cultivos, mas no hay expresiones para apoyar la fundación de alguna iglesia o que formara parte de patronatos en pro de denominaciones religiosas; sin embargo, en algunos ejemplares de La Unión se leen anuncios sobre campañas evangélicas. Pero sólo hasta allí.
Sus funerales se llevaron en medio de oraciones, alabanzas y cultos de los nacidos en la fe de Cristo Jesús, pero como en los rituales fúnebres católicos, también se repartieron tamales, té, café y pan.
En el altar no lucían imágenes religiosas. Sólo flores y su foto en grande. Alrededor, personas clamando por protección a Cristo, una coraza para la familia, pues sin Moy se quedaban desprotegidos: «desde chicos siempre me enseñaba a defenderme y a no dejarme de los más grandes. Yo de por sí era peleonero; pero Moisés sabía karate y me decía: “Cuando le pegues, le tienes que dar aquí, o acá; si lo quieres tumbar, dale duro acá, en el costado, si solo lo quieres aturdirlo, dale en los oídos”. Siempre estaba pendiente de nosotros, de los hermanos protegiéndonos» cuenta Carlos Sánchez. Siempre interesado en los problemas de los demás.